Más que nunca, las organizaciones requieren diagnosticar con constancia y disciplina estratégica su espectro de actores clave, en función de salvaguardar su reputación ante cada uno de ellos.
En otras épocas, se privilegiaba a los accionistas, los financistas y los clientes. Es decir, a los que ponen la plata en el negocio y en los productos.
Pero desde hace algún tiempo está claro que, además de ellos, figuran los trabajadores, los proveedores, los aliados, los reguladores, las comunidades, los medios de comunicación y los grupos de presión.
Mapear esta gama de jugadores pasa por saber adecuadamente cuál es el impacto que tiene cada uno de ellos sobre el funcionamiento de la organización, el poder que cada uno de ellos tiene para favorecer o no a la institución, así como la postura que tienen sobre sus diferentes iniciativas.
Sólo así es posible diseñar estrategias y programas que puedan determinar cómo se desarrollarán las relaciones y el perfil comunicacional con cada uno de estos actores, asumiendo una gestión de responsabilidad corporativa integral.
En nuestro país, está aumentando la conciencia sobre la importancia que cada grupo tiene para la organización, e incluso la interrelación que pueda existir entre ellos.
Actores que en otras épocas estaban en segundo plano, como las comunidades y los trabajadores, hoy son cruciales para la sobrevivencia de la empresa. No sólo por el beneficio mutuo que pueda desprenderse de una sana comunicación e integración. Pueden ser la clave para proteger a las organizaciones de acosos contra ellas, especialmente cuando se trata de empresas de propiedad privada.
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