Amado Fuguet V.
En cada oportunidad que se asoma la posibilidad de que el acceso a la información sea truncado por nuevas barreras, suenan las alarmas.
Los medios sociales han ganado la reputación de ser la alternativa para un atajo más transparente e independiente para ejercer ese derecho. Constituyen un canal para la libertad de escuchar. Este verbo significa, en principio, prestar atención a lo que se oye. Pero en una acepción más amplia e integral, podría aplicarse a lo que se observa y a lo que se lee.
Es la gran promesa de las redes sociales. Los individuos, esta vez sin intermediarios, han logrado por decisión propia acceder a informaciones, opiniones e ideas de otros. Con la posibilidad de interactuar libremente. El detalle es justamente ese. La comunicación se activa tanto desde la escucha, como de la expresión.
Quien accede a los medios sociales escoge a quien sigue. También determina por su cuenta su interlocutor. Y selecciona los asuntos que más le interesan. Sin que otros se lo impongan.
Esta libertad de escuchar lo que le plazca puede, sin embargo, verse coartada en la medida que las fuentes y los temas de los que quiera ocuparse y atender en las redes sociales sean restringidos.
La magia desaparecería. La libertad de escuchar se vería opacada. Sería una gran decepción. La comunicación, de nuevo, quedaría encarcelada.
Por eso la reacción que ha habido, en las propias redes sociales, contra los intentos por cercenar la posibilidad de tomar de ellas, libremente, lo que cada quien considere que le agrega valor.
Excelente análisis. Pareciera que aún hay una luz al final del túnel, con los acontecimientos recientes del «freno» de la Ley SOPA en el Congreso de Estados Unidos.