Amado Fuguet V.

Las situaciones apremiantes que venían experimentando las empresas privadas venezolanas en los últimos años, se derivaban de intervenciones regulatorias o expropiaciones que afectaban a compañías en específico o un grupo de ellas de un determinado sector.
Pero en esta ocasión, con las fiscalizaciones, acusaciones públicas y obligación de disminución radical de precios, se trata de una actuación masiva en el sector comercial y que comienza a tocar a la industria.
Esto hace que el impacto de estas fiscalizaciones sobre el clima de trabajo en las múltiples organizaciones impactadas, grandes, medianas o pequeñas, sea proporcionalmente más extendido que en el pasado.
La presión que la situación constituye para los dueños, los gerentes y trabajadores, genera emociones, comportamientos y decisiones (o indecisiones) grupales e individuales marcadas por la incertidumbre y el caos.
No se trata exclusivamente de la incomodidad, indignidad y el miedo que surge cuando en una tienda hay que lidiar con funcionarios, efectivos y clientes agolpados. Se trata de algo más profundo: el futuro.
Quienes trabajan en las empresas que han sido acusadas públicamente e intervenidas en sus procesos de tomas de decisiones comerciales -y de otro tipo en algunas de ellas-, están preguntándose qué ocurrirá. ¿Seguirá operando la empresa? ¿Recortarán personal? ¿Será vendida? ¿La expropiarán?
Y en las empresas que aún no han sido tocadas también tratan de adivinar si están en lista de espera, lo que amplifica el estado de ánimo de incertidumbre.
Es un momento donde el liderazgo y la comunicación son indispensables. En las ya impactadas y en las que pueden ser arrastradas por la ola.