Amado Fuguet V.

El radar de crisis está muy activo. Las señales se disparan a cada momento. Cada vez más empresas aparecen en pantalla. Unas con más intensidad. Otras con destellos leves. El sentido de urgencia hace sonar las alarmas. Allí está el caso venezolano.
¿Las causas? Son múltiples: caída en la productividad, falta de divisas para importar insumos indispensables para la producción, cierres temporales por parte de los reguladores, acusaciones de acaparamiento y sabotaje, determinadas leyes y normas, conflictos laborales, y pare usted de contar.
¿Los riesgos? Para las empresas: paralización de operaciones, disminución de ventas, pérdida de mercado, resultados financieros desfavorables, imagen golpeada y expropiaciones, entre otros. Para el personal: inseguridad para la continuidad del empleo, mal clima de trabajo, futuro incierto. Para los clientes: desabastecimiento, menos variedad de productos, alza de precios. Los demás grupos de interés, como acreedores y proveedores, también perciben riesgos.
Las crisis generan incertidumbre. Este es el signo que se va apropiando de los escenarios. Las organizaciones hacen un seguimiento a lo que le está ocurriendo en otras empresas, tanto de su sector como de otros.
Las empresas están preparándose cada vez más para afrontar estas crisis, tanto en lo operacional y financiero, como en lo legal y comunicacional.
Saben que una crisis significa perder el control sobre el presente y lo que se han planteado hacia el futuro. Que implica administrar un tiempo precario para superar la situación. Que supone gestionar emociones y comportamientos propios y de los relacionados.
Prepararse implica mapear correctamente los actores protagónicos de una crisis, anticipar las posibles acciones y posiciones de estos actores y, analizarlas para diseñar el plan de acción propio, para los diferentes momentos de la crisis: antes, durante y después.