Amado Fuguet V.
Un operario de una fábrica de helados venezolana lucía alegre en las fotos que había publicado en Facebook. Se encontraba en un país caribeño, celebrando. Sus amigos pulsaban “Me gusta”. O agregaban comentarios del tipo: “¡Qué fino! Pásala bien…”.
El episodio es rutinario. Es lo que todo el mundo hace en las redes sociales. Pero no para su supervisor. En su pequeño escritorio de una esquina de la planta, tenía una gruesa carpeta de reposos médicos. Y entre ellos el del protagonista de las fotos. El operario no estaba disfrutando sus vacaciones anuales. Supuestamente estaba en cama por prescripción médica.
En su unidad, este supervisor no había podido cumplir con sus metas de producción del año. Había meses en los cuales 3 de cada 10 miembros de su equipo no asistían al trabajo. En otros tiempos, cuando él era operario, el promedio no llegaba a 1 por cada diez. Para colmo, el sindicato a cada rato paraliza la planta.
No se trata de una situación aislada. El “reposerismo” es una de las tantas manifestaciones del ausentismo que se está propagando en las empresas. En algunas este comportamiento se está incubando en la cultura organizacional: “Si los demás faltan, ¿porqué no puedo hacerlo yo también?”.
Las autoridades laborales no están procesando las peticiones de despidos por ausentismos no justificados. Por eso faltar al trabajo no es un riesgo.
Por fortuna, la mayoría de los trabajadores resisten responsablemente esta tentación. Saben que al disminuir drásticamente la productividad, las empresas no tienen vida. Si no producen, no hay ventas. Pueden perder justos por pecadores. Arruinar la fuente de empleo no es una opción.