Amado Fuguet V.
Daniel Goleman es bien conocido por sus investigaciones sobre la inteligencia emocional. Pero durante los últimos años ha centrado su atención en un área aún más impactante: la inteligencia social.
Mientras la inteligencia emocional se refiere a las habilidades para manejar las emociones individuales, la social se refiere a la conexión entre dos o más personas. Se concentra no en cómo actuamos –y reaccionamos- como individuos, sino en qué sucede cuando interactuamos con otros.
Uno de los aspectos que Goleman ha escudriñado en este ámbito es lo que él mismo denomina el “narcisismo organizacional”, caracterizado por una cultura que orienta sus esfuerzos sobre la base de la vanidad colectiva, y especialmente de los jefes de primer nivel, o el gran jefe.
Dice el investigador que una dosis de grandeza no es mala. Pero advierte que “el problema aparece cuando ese orgullo se construye a partir de un deseo desesperado de gloria en lugar de logros reales”. Y el peligro crece cuando los dirigentes narcisistas esperan oír sólo mensajes que confirmen su propio sentido de grandeza. Las malas noticias que reflejen la realidad que hay que corregir son escondidas. La adulación prevalece sobre la verdad de los hechos. Y los que se atreven a desafiar esta cultura son rechazados o excluidos.
El narcisismo organizacional está presente en muchas empresas. Pero también, basta verlo, en los gobiernos. Y así es como, a la larga, se derrumban inexorablemente muchos líderes que se van acostumbrando a acreditarse los éxitos, pero nunca los fracasos. Podría decirse que allí hay un bajo coeficiente de inteligencia social.