Amado Fuguet V.
Los empresarios venezolanos tienen ante sí una agenda exigente. Dentro de las tareas importantes que les toca asumir, con el sentido de urgencia que exige la circunstancia, hay al menos cuatro que son impostergables.
La primera -en lo cual las sobrevivientes ya han hecho un gran entrenamiento- es mantener sus compañías a flote, con ansias de seguir creciendo, afrontando las inestabilidades macroeconómicas como la inflación, los controles de precios y cambiarios, y las precarias condiciones de los servicios públicos, como la electricidad y la infraestructura vial.
La segunda está asociada a una competencia desleal que ha asumido el gobierno a través de sus empresas con privilegios cambiarios o preferencias para obtener suministros o financiamiento, lo que les obliga en muchos casos a sacrificar ganancias y frenar inversiones.
El tercer reto es la defensa de la propiedad como concepto y como principio, de manera que la sociedad no la deslegitime, para lo cual tiene los mejores argumentos, como la generación de empleo y progreso para el país.
Pero el cuarto desafío es el más relevante de todos: acercarse cada vez más a sus trabajadores y a sus comunidades, a través de programas de beneficio mutuo y de comunicación constante, donde la escucha sea el activador del encuentro.