AMADO FUGUET VENTURA
Un fenómeno que signó el ambiente empresarial durante este año, especialmente puertas adentro de las organizaciones, fue la incertidumbre. El impacto de un entorno económico caracterizado por la disminución en el consumo y la producción y un incremento en la inflación y los costos de producción, por el otro, se vio salpicado por las restricciones en las asignaciones de divisas, los conflictos laborales y las constantes estatizaciones.
El cierre de empresas, el traslado de propiedad o los recortes de actividad y puestos de trabajo, impactaron tanto a dueños como a trabajadores, lo que exigió a la gerencia a lidiar con temas complejos, no sólo relacionados con la producción y la venta, sino con el manejo de las emociones y conflictos de todo orden.
Este cambio forzado en los planes y procesos empresariales fue caracterizado por casos emblemáticos, como las paralizaciones temporales de las líneas de producción de las grandes ensambladoras automotrices, la aguda crisis que se vivió –o se vive- en la Costa Oriental del Lago de Maracaibo, tras las estatizaciones de las empresas que prestaban servicios petroleros; o la complicada situación en que se han visto inmersos proveedores de las empresas públicas, especialmente las de Bolívar.
Desde el simple rumor, pasando por el temor y el miedo a perder la empresa o el trabajo, hasta llegar a la dura realidad de los hechos, el clima de incertidumbre empresarial y laboral se ha manifestado como una característica que pasa a ser común en el entramado organizacional venezolano. El optimismo que pudo haberse estimulado efímeramente en los años recientes de bonanza petrolera, ha dado paso a un estado de contingencia que amenaza con seguir campante con los pronósticos que se abren para 2010.
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