Amado Fuguet Ventura
Hace algunos días, el consejero delegado del Morgan Stanley, John Mack, relató en una conferencia en la Escuela de Negocios de Wharton, Universidad de Pensilvania, los momentos duros que vivió esta institución durante la crisis que hace un año se desató con el derrumbe de su homóloga Lehman Brothers.
Contaba que, tenía en la mesa de reuniones un tensiómetro. El y otros ejecutivos lo usaban, en broma, en los momentos más críticos. Aunque en la práctica podía ser útil (un ejecutivo tuvo que ser llevado al hospital porque su nivel de estrés era demasiado alto), este medidor de presión sanguínea era un símbolo: para tomar decisiones acertadas, debían controlar los estallidos emocionales que se presentaban en aquellas circunstancias.
El manejo de las situaciones complejas con inteligencia emocional, como lo ha recetado Daniel Goleman, es una de las características que los líderes efectivos deben practicar en momentos de crisis. Esta exigencia es clave no sólo para comprender y buscar soluciones a problemas complejos, sino también para denotar un estado de ánimo que trasluzca la menor incertidumbre entre los colaboradores. Como táctica, Mack trataba de rebajar la tensión con humor. “Todo lo que sé es que no podía dejar que mis empleados se dieran cuenta de lo preocupado que estaba”, comentó.
Ese aplomo es lo que da seguridad en los indispensables momentos de comunicación con el personal durante una contingencia. Es, por cierto, la principal lección sobre liderazgo que el jefe del Morgan dice haber aprendido con la crisis financiera: la necesidad de mantener a los trabajadores bien informados sobre la situación, de manera que comprendan que sus preocupaciones son la prioridad de la empresa.